Walt Whitman habla en versículos,
sin música aparente, aunque a poco de oírla se percibe que aquello suena como
el casco de la tierra cuando vienen por él, descalzos y gloriosos, los
ejércitos triunfantes. En ocasiones parece el lenguaje de Whitman el frente
colgado de reses de una carnicería; otras parece un canto de patriarcas,
sentados en coro, con la suave tristeza del mundo a la hora en que el humo se
pierde en las nubes; suena otras veces como un beso brusco, como un
forzamiento, como el chasquido del cuero reseco que revienta al Sol; pero jamás
pierde la frase su movimiento rítmico de ola. Él mismo dice cómo habla: “en
alaridos proféticos”; “estas son dice, unas pocas palabras indicadoras de lo
futuro”. Eso es su poesía. Sus frases desligadas, flagelantes, incompletas,
sueltas, más que expresan, emiten: “lanzo mis imaginaciones sobre las canosas
montañas”; “di, Tierra, viejo nudo montuoso, ¿qué quieres de mí”; “hago resonar
mi bárbara fanfarria sobre los techos del mundo”.
José Martí
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