Cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita noche en su palacio fétido el minotauro.
Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges
Acabado el espectáculo de
todas las noches, Arlequín, sombrío, terminó como siempre mirándose al espejo.
Una palomilla nocturna se posó en su cara. Inmutable dejó que el insecto
caminará sin temor en la frente arrugada por tanto maquillaje de años. Dos
lágrimas de sal como las que lloran la gaviotas, rodaron por el rostro cubierto
con polvos de arroz. Gotas diminutas que corrieron veloces hasta empapar el
pecho inmóvil.
Un girasol enorme incubó
en su garganta, y al tratar de rotar buscando la luz, las raíces desorientadas
se desparramaron furiosas y le brotaron a través del ombligo.
La palomilla voló
perturbada hasta quemarse en el quinqué de la esquina. Un chispazo púrpura
despertó al bufón de su duermevela. Presuroso se despintó la máscara de
siempre, la cara blanca y los labios profundamente rojos, se desabrochó la
gorguera con escarolas y los puños almidonados; con trabajo se movió para
quitarse el traje ajustado de cuadros azules y negros, y las chinelas gastadas.
Desnudo salió a bañarse
con la luz fría de la luna. Los pectorales se tensaron y las tetillas quedaron
rígidas, erectas. Sus grandes manos se abrieron como abanicos llenos de
felicidad y el cuello se agrandó hasta que las venas se hicieron visibles. A lo
lejos escuchó los crótalos de las bailarinas que trajeron de la Rusia imperial
y sonrió eufórico. Espabilado siguió corriendo en un laberinto interminable
como el de Creta, con sus paredes de arcilla y el suelo de tierra firme
apisonada. Sus muslos de atleta estaban abultados y los pies enormes dejaban
huellas fáciles de encontrar.
Salió exhausto, se tiró
al suelo sin poder moverse, boqueando por la falta de aire. Una pelusa parda y
maloliente de animal cerrero comenzó a cubrirlo, su boca se ensanchó en un
hocico lleno de baba, y dos enormes cuernos puntiagudos le brotaron de las
sienes. La luna muda como siempre, bañó con exquisitez su cuerpo arqueado.
Arlequín, aún alcanzó a ver la palomilla achicharrarse en el quinqué de la
esquina. Agónico bramó con furia convertido en Minotauro.
José González Gálvez
José González Gálvez
Junio de 2014
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