miércoles, 6 de abril de 2016

NOSTALGIA DE SIRENAS


EL COLECCIONISTA


                    Entrégame esa carne cuyo único destino es la mutilación
                    Salvador Elizondo: Farabeuf

Sigrid se mordió con fuerza el labio. Un diminuto hilo de sangre la recorrió desde la boca hasta el ombligo. Estaba desnuda, despatarrada en sofá de color marfil; su piel blanca, translúcida se perdía en el entorno. Un xoloitzcuintle se encontraba a su lado, su cuerpo oscuro, ligeramente hirsuto contrastaba con el de su ama. Estaba gravemente enferma de amor como si padeciera un cólico miserere. No quería probar bocado, ni siquiera vino blanco espumoso que era su favorito.
Había decidido morir de inanición, ya llevaba cinco días en ese estado catatónico.

Desde niña fue débil, delgada como vara de nardo, casi autista. Pero en la adolescencia se desarrolló como por encanto, Su rostro se transfiguró en una pintura del Renacimiento, sus pechos se volvieron turgentes, su abdomen plano, y sus piernas se estilizaron como debutante de danza clásica. Su cabellera era un hervidero de tonos suaves, entre dorados y color ámbar. Se desenvolvía en una atmósfera submarina de aguas quietas.

El hilo de sangre siguió corriendo desde el ombligo hasta el pubis afeitado y ahí hizo erupción, el clítoris y los labios vaginales se abrieron como flor de invernadero, una hermosa amapola de pétalos destemplados que despedían un olor dulzón y narcótico. El perro azteca se echó a los pies de Sigrid y comenzó a aullar de dolor. Los ojos de su ama estaban lustrosos, astillados como canicas fracturadas, había dejado de respirar y su boca despedía burbujas de lavanda. La flor de su sexo siguió creciendo, hasta que llegó el cirujano y con un bisturí la cortó de tajo.

La flor sexual vive y sigue creciendo encerrada en un frasco de cristal en la galería del Doctor Farabeuf, entre fetos que se desarrollan en una gelatina de anís, ajolotes que nadan en un acuario y vitrinas con medusas Chrysaoras que palpitan como umbelas de encaje. El xoloitzcuintle aprendió a vivir sumergido en un océano diminuto de sales marinas, y el cuerpo de Sigrid flota a la deriva dentro de un lago de corrientes profundas y mansas. El doctor Farabeuf se frota las manos. Está emocionado hasta la médula con sus nuevas adquisiciones, y en secreto anhela continuar adquiriendo más especímenes fantásticos.

José González Gálvez 

Diciembre de 2015

Imagen: Christian Schloe