Entrégame esa carne cuyo único destino es la mutilación
Salvador Elizondo: Farabeuf
Salvador Elizondo: Farabeuf
Sigrid se mordió con
fuerza el labio. Un diminuto hilo de sangre la recorrió desde la boca hasta el
ombligo. Estaba desnuda, despatarrada en sofá de color marfil; su piel blanca,
translúcida se perdía en el entorno. Un xoloitzcuintle se encontraba a su lado,
su cuerpo oscuro, ligeramente hirsuto contrastaba con el de su ama. Estaba
gravemente enferma de amor como si padeciera un cólico miserere. No quería
probar bocado, ni siquiera vino blanco espumoso que era su favorito.
Había decidido morir de
inanición, ya llevaba cinco días en ese estado catatónico.
Desde niña fue débil,
delgada como vara de nardo, casi autista. Pero en la adolescencia se desarrolló
como por encanto, Su rostro se transfiguró en una pintura del Renacimiento, sus
pechos se volvieron turgentes, su abdomen plano, y sus piernas se estilizaron
como debutante de danza clásica. Su cabellera era un hervidero de tonos suaves,
entre dorados y color ámbar. Se desenvolvía en una atmósfera submarina de aguas
quietas.
El hilo de sangre
siguió corriendo desde el ombligo hasta el pubis afeitado y ahí hizo erupción,
el clítoris y los labios vaginales se abrieron como flor de invernadero, una
hermosa amapola de pétalos destemplados que despedían un olor dulzón y narcótico.
El perro azteca se echó a los pies de Sigrid y comenzó a aullar de dolor. Los
ojos de su ama estaban lustrosos, astillados como canicas fracturadas, había
dejado de respirar y su boca despedía burbujas de lavanda. La flor de su sexo
siguió creciendo, hasta que llegó el cirujano y con un bisturí la cortó de
tajo.
La flor sexual vive y
sigue creciendo encerrada en un frasco de cristal en la galería del Doctor
Farabeuf, entre fetos que se desarrollan en una gelatina de anís, ajolotes que
nadan en un acuario y vitrinas con medusas Chrysaoras que palpitan como
umbelas de encaje. El xoloitzcuintle aprendió a vivir sumergido en un océano
diminuto de sales marinas, y el cuerpo de Sigrid flota a la deriva dentro de un
lago de corrientes profundas y mansas. El doctor Farabeuf se frota las manos. Está emocionado hasta la médula con sus nuevas adquisiciones, y en secreto
anhela continuar adquiriendo más especímenes fantásticos.
José González Gálvez
José González Gálvez
Diciembre de 2015
Imagen: Christian Schloe
Imagen: Christian Schloe
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