Si al maguey no lo capan a tiempo, es decir, si no le hacen
un corte en el corazón para que vierta el aguamiel de su amor, le nace su
quiote; una vara gruesa y fálica que se levanta a cuatro o cinco metros y
hiende el paisaje como un alto grito de protesta. Si en un campo hay muchos
magueyes con quiote, significa que el dueño no los quiere ni se preocupa y
mejor haría en rentarlos a los tlachiqueros. Claro que el maguey no se da de un
día de un día para otro; se necesitan cinco años para que pueda caparse, pero
ese quiote alto y grueso es la íntima venganza del abandono, al cetro de su
gracia que blande al aire para gritar su rencor y su despecho. Poco después
muere; la aparición de la vara es también la de su muerte.
Elena Poniatowska
El agave es verdaderamente admirable:
su violencia es quietud, simetría su quietud.
Su sed fabrica el licor que lo sacia:
es un alambique que se destila a sí mismo.
Al cabo de veinticinco años
alza una flor, roja y única.
Una vara sexual la levanta,
llama petrificada.
Entonces muere.
Octavio Paz
Y en la otra orilla del monte, una rama de maguey vencida hacia el corazón de la planta parece alguien que se inclina misteriosamente desbordante de deseo. Alguien que estira el cuerpo hacia lo inalcanzable en el seno de un ser similar.
Al filo espinoso y muy vertical de otro maguey, se levanta apenas la flor del quiote abriéndose en capullo, como una erección que apenas comienza. Pero que ya dice el tamaño de su sueño.
Alberto Ruy Sánchez
Y en la otra orilla del monte, una rama de maguey vencida hacia el corazón de la planta parece alguien que se inclina misteriosamente desbordante de deseo. Alguien que estira el cuerpo hacia lo inalcanzable en el seno de un ser similar.
Al filo espinoso y muy vertical de otro maguey, se levanta apenas la flor del quiote abriéndose en capullo, como una erección que apenas comienza. Pero que ya dice el tamaño de su sueño.
Alberto Ruy Sánchez
Fotografías: Rubén Gámez