viernes, 1 de marzo de 2013

EL VERDADERO DOLOR DE REINA MARIANA


¿Cuándo tu voz sonora
herirá mis oídos delicada?
Juana Inés de Asbaje: Liras
Para Alberto Gironella: In memoriam


Volví a casa porque me dijeron que Reina Mariana había muerto.

Me sentí desolada. Vacía. Esperando eternamente tus palabras. Anoche, ya entrado el horario de los sueños, te soñé, pero no eras tú, era otro con tu máscara, tus ademanes, tu olor y tus pasos firmes resonando en los pasillos.

Me dijeron que murió de soledad. Olvidada. Que se quedó sentada en la sillita china de la estancia. Cosida de telarañas desde los ojos hasta los pies, incubando comejenes y pequeñas iguanas verdes, con la cabellera reseca manchada de guano de estorninos.

Leo el periódico todos los días pero no encuentro noticias que me hablen de ti. Corro al escuchar el silbato del cartero que nunca se detiene ante la puerta. Desconozco tu paradero. A veces pienso que nunca existimos, que tanto tú como yo somos víctimas de un ilusionista. Te busco en el aroma de mi piel macerada de recuerdos, en el sonido de la lluvia que amenaza con parecer diluvio, en los espejos donde tantas veces nos vimos desnudos de cuerpo entero.

Falleció sin edad anotada en el registro de la historia. Cuando llegué a verla, el vuelo de cientos de estorninos me cubrió de humedad. Esperé paciente a que la amortajaran sobre un lecho de juncia. Llevaron una sábana de lino, aceite perfumado, un cepillo y un hilo infinito de perlas engarzadas. Reina Mariana recuperó por un momento su belleza terrenal. Lleno de miedo toqué sus labios fríos y violáceos.

He llegado a prescindir de alimentos. A veces tomo un poco de líquidos. Agua destilada, algún zumo, jarabes diluidos. Pero es inútil, porque comprendo sin remedio que mi verdadera sed eres tú. Esperándome como siempre en la cama para jugar el juego de los amores clandestinos. Recién bañado, con el cuerpo oloroso a jabón de pastilla, a lavanda, a maderas turcas.

Nadie sabe  si murió pidiendo ayuda. Todos le dimos la espalda. Cuando me fui, cerró puertas y ventanas. Pero alcancé a verla por el ojo de la cerradura. Su imagen de angustia, se me clavó profundo en la cavidad derecha del corazón. La soñé varias noches hasta que su figura marchita desapareció entre los mil apuntes de la rutina diaria.

Te espero con la mesa puesta, la bata en el armario y las pantuflas cerca del sillón. Sentada en la sillita de la estancia, erguida, fumando un cigarrillo mentolado. Esperando como todas las noches. Entretejida en las trampas de un ritual falso. Obsesionada con tus palabras que ahora me suenan huecas, y tus caricias que me parecen absurdas. Quiero gritar tu nombre mil veces para decirte que te perdono todo; los engaños, las injusticias, la violencia. Quiero rasgarme el pecho para sangrar el veneno de tu recuerdo. Quiero que olvidemos todo y empecemos de nuevo.

Me dijeron que Reina Mariana murió esperándome. Firme en su postura de monarca  sin reino. Adelgazada por un hilo de luz perpetua, difuminada hasta la eternidad por el vuelo de cientos de estorninos enloquecidos y el ruido monótono de hélices en desorden.

José González Gálvez

Noviembre de 2000

Imagen: Alberto Gironella

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