donde la mariposa de alas negras se quema
Octavio Paz
Ella me dice –sueña-, y al bajar los párpados mis sueños son mariposas densas, oscuros borrones en las paredes húmedas, hilachos podridos que se conservan incólumes en las franjas del tiempo.
Desde ayer estoy recabando
datos para una compilación sobre las
agoreras, así bautizadas por mi amiga Rosa Lotfe. Ya volví a releer su relato que las
identifica como un dolor ancestral que le carcome las entrañas, un miedo atroz
por esos enormes insectos de alas pardas
cuyo único delito es estar presentes cuando no se les llama.
El poeta Jaime
Sabines escribió de ellas: “Decías que una mariposa negra es el alma de un
muerto. Y hace muchos días que esta mariposa no sale de la casa. Hoy temprano
la he visto sobre el cristal de la ventana, aleteando oscuramente, y dije:
¡Quién sabe! ¿Por qué no habías de ser una mariposa rociando mi casa con el
callado polen de sus alas?”
Como epígrafe para mi
trabajo sobre las agoreras, tomé prestado un párrafo del también poeta Pablo
Neruda, incluido en las odas de su libro Navegaciones
y regresos:
“Oscuras mariposas
entrevuelan,
se persiguen en la húmeda
mañana,
la soledad es grande y sigue
sobre
tu cinta interminable”
Pero también en el
antiguo continente, estos oscuros lepidópteros rondan el espacio de los
mortales, Antonio Machado, poeta español no pudo escapar a su influjo, y las
definió de este modo:
“Una negra mariposa
revolotea en el cuarto.
La hora cárdena… La tarde
los velos se van
quitando.”
Para el escritor
Rolando González Riojas, estos insectos alados interiorizan el amor más allá de la muerte, y quedan esgrafiados en la
piel como símbolo de la lucha constante entre eros y thanatos.
“Yo me convertí
entonces en el peor de tus miedos y en el protagonista principal de tus más
oscuras pesadillas, mis alas negras y sedosas revolotearon sin que se lo ordenara
y fueron a buscarte. Salí de noche con el viento de frente a buscar mi muerte;
a buscar que me mataras, pero en ti, como yo lo había querido, como la única
opción que me dejaste para no separarme nunca más de ti y me posé entonces delicadamente
sobre tu vientre desnudo.
Tu grito aterrador me
aturdió y quise decirte que no temieras nada. Pero no alcancé a hacerlo. Tus
cinco dedos cayeron sobre mi frágil cuerpo con toda la fuerza de tu miedo y ahí
quedé. Pintado para siempre sobre tu piel, ya no pudiste deshacerte nunca más
de mi… Mi querida Mariana.”
Ahora, ella, me dice –despierta-,
y no puedo levantar los párpados, porque dos enormes mariposas entre negras y
parduscas me lo impiden, dos insectos opacos que emergieron de lo más profundo
de mis sueños o de mis pesadillas, y ahora mi querida Rosa de los dos aromas,
ya no puedo saber si temerles o mantenerme impávido ante su presencia.
¿Tú qué me aconsejas?
José González Galvez
Marzo de 2011